Champagne, la bebida más festiva.

Vinos con Alma, la sección de Paco Berciano.

Pocos vinos se identifican tanto con las fiestas como el Champagne. En el cine recorrió de forma voluptuosa los cuerpos de nuestras estrellas preferidas …

Pocos vinos se identifican tanto con las fiestas como el Champagne. En el cine recorrió de forma voluptuosa los cuerpos de nuestras estrellas preferidas y sus burbujas las defendieron de nuestras miradas furtivas. Se convirtió en el inicio del festín con que Babette, emigrante francesa en una pequeña aldea de Dinamarca, cambiaba la forma de pensar de sus rígidos señores.
El Champagne era de de lo poco que acompañaba en el frigorífico a la ropa interior de Marylin, convertida en nuestra tentación más cercana. Greta Garbo, como adusta comisaria Ninotchka se dejaba seducir más por el efecto del Champagne que por los encantos de Melvyn Douglas. Con Champagne se sobornaba en el Ricks de aquella soñada Casablanca.
La leyenda dice que el Champagne como ahora lo conocemos es fruto de la casualidad. Cuando se enviaban los vinos a los comerciantes de Londres en las barricas de madera el vino se agitaba por el efecto del mar y empezaba una segunda fermentación en la cuba que generaba el desprendimiento de carbónico. A los ingleses les gustaba más ese tipo de vino y los habitantes de Champagne, sobre todo los clérigos, empezaron a idear la forma de que ese fenómeno se diese siempre y no quedase al azar.
En el año 1638 nace Pierre Pérignon, que sería abad de la abadía de Hautvillers, desde 1668 hasta su muerte en 1715. Nadie sabe a ciencia cierta qué hay de verdad y qué de leyenda en su vida, pero es evidente la importancia de su papel. Se dice que era ciego y que sabía al probar una uva de que viñedo procedía.
Nombres, mitos, leyendas han hecho del Champagne la bebida más popular del mundo. Pero detrás hay mucho más. Hay hombres luchando contra una naturaleza convertida muchas veces en enemiga. La tiza de su suelo es la que elimina el exceso de humedad, pero, a la vez, retiene la suficiente para alimentar la viña.
Hay numerosos guijarros blancos que absorben el calor del sol, para, posteriormente, reflejarlo y repartirlo uniformemente. Este tipo de suelo es clave para la existencia de las viñas, pues es capaz de conservar el calor hasta horas después de la puesta de sol. No hay que olvidar que estamos en la zona más norte del cultivo de la vid y su temperatura media sobrepasa por muy poco los diez grados. Esa es también su gran virtud. De ese extremo nacen su finura, su acidez, su frescura.
Son muchas las marcas conocidas, pero yo aconsejo probar el Champagne de los viticultores, los que trabajan cada día su viña y embotellan cada año lo que les da. El Champagne más pegado a la tierra, menos conocido pero más auténtico.
Hipervínculo: descorchevinos