El estilo de vinos que me gusta.
Vinos con Alma, la sección de Paco Berciano.
Me gustan los vinos en los que el hombre interviene poco en la elaboración. Aunque haya trabajado a fondo el viñedo.


Empezaré por definir lo que no me gusta y de la negación saldrá algo positivo.
No me gustan los vinos elaborado con uvas sobremaduradas, aquellos en los que la fruta se expresa confitada.
No me gustan los vinos con sobre extracción. No me gusta que la madera se note en el vino, ni aunque esté enmascarada por los toques de torrefacto que aporta un excesivo tostado de las barricas.
No me gustan los taninos secos, ni que haya gente, incluida especialistas, que digan que con el paso del tiempo se van a limar: un tanino seco siempre será seco hasta que el vino muere.
Resultado de todo esto no me gustan los vinos concentrados y pastosos, de entrada rotunda y que se mueren a mitad de la boca.
No me gusta que los vinos de una zona sean tan iguales a los de otra, que las técnicas de elaboración se impongan hasta el punto de que es imposible saber la procedencia de los vinos, el lugar donde han nacido las uvas. Pocas cosas me molestan más que beber vinos de zonas muy diferentes que me saben igual.
La moda de la concentración, la búsqueda del estilo que supuestamente gusta a Robert Parker, el crítico americano que con sus puntuaciones tanto decide sobre el mercad, no me interesa. Este tipo de vino me aburre.
Me gustan los vinos en los que el hombre interviene poco en la elaboración, aunque haya trabajado a fondo el viñedo. “Mi trabajo acaba cuando la uva llega a la bodega” decía un gran bodeguero como Denis Mortet.
Me gustan los vinos que expresan su terroir, esa palabra francesa de casi imposible traducción que unifica clima, suelo, orientación y trabajo del hombre. Los que son diferentes, únicos, aunque tengan defectos. Me gustan los vinos frescos, con acidez y buena fruta.
Adoro Borgoña, me gustan los buenos mencías leoneses o gallegos, las olvidadas y desconocidas variedades de uvas gallegas como Caiño, Bastardo o Albarello, la expresión elegante de los vinos del Duero, el equilibrio y la finura de los buenos riojas, la Cabernet Franc y la Chenin Blanc del Loira, el Riesling de Alemania, la Grüner Veltliner austriaca, los grandes y olvidados vinos de Jerez, la frescura del moscatel de la Axarquía de Málaga, la intensidad auténtica de los buenos douros, la cariñena del Priorat, el Champagne de los buenos viticultores, los viejos oportos, las garnachas llenas de sutileza procedentes de viejas cepas que hay en tantas zonas de España y Francia…
Me gustan los vinos que cuando los bebo me hablan de la zona de la que proceden y de la persona que los elabora.